LOCY

Por Adriana Soto

No sé qué aroma tiene o a que huele la lealtad, pero sé muy bien que empieza con la letra L, la misma letra con la que inicia el nombre de mi amiga Lucy, mi amiga y ¡qué digo mi amiga!, es más que eso, somos hermanas por elección, desde hace 45 años es la persona más leal que he conocido hasta el momento.

Y digo que es leal porque siempre he contado con ella en los buenos, malos y regulares momentos de la vida, también digo que es leal porque aunque no siempre estamos de acuerdo (al contrario nosotras discutimos y es porque pensamos en algunos aspectos muy diferente), no es de esas personas que por ser leales a todo te dicen que sí, es una persona que me ha permitido ser auténtica sin miedo al juicio o a la crítica, es una amiga que te dice las cosas de frente y sin rodeos, jamás me ha hecho daño y es de esas amigas que no necesitan saber de ti todo el tiempo, ni te hostigan con llamadas o mensajes, pero sabes perfectamente que a una llamada están ahí para ti.  

Es leal porque es tan sana que la toxicidad no se asoma en nuestra relación, lo que sí se asoma es el reír a carcajadas hasta que nos duele el estómago, el regalo de estar a gusto la una con la otra, hablar por horas y horas hasta que se seca la garganta sin que asome el cansancio por escucharnos.

Una amiga leal porque nos fascina cantar y, aunque yo soy desafinada hasta el tope y ella no, nos acoplamos como buen dueto miseria.  Su lealtad se muestra con hechos y no con palabras bonitas. Con ella se han multiplicado mis bendiciones y se ha hecho más fácil llevar los tragos amargos que todos tenemos en esta vida. 

Hoy es su cumpleaños, algo que casi compartimos, yo soy del cinco de marzo y ella del 6, somos de la cotorrisa de marzo por lo tanto celebramos la vida casi al mismo tiempo, Lucy es positiva en este caminar por la vida, y no porque su vida sea siempre miel sobre hojuelas, sino porque sus valores y la forma en que ella entiende este mundo es que, con una fe inquebrantable, Dios la acompaña y guía su destino.  Un destino que se cruzó con el mío y que yo agradeceré infinitamente.

No sabemos que nos deparará el futuro, aunque soñamos con estar juntas en un asilo y seguir riendo con todas las anécdotas que hemos juntado en todos estos años, yo no he necesitado de su ausencia para valórala, por aquello de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ha perdido, yo no, tengo la fortuna de que la confianza prevalece en nuestras vidas y seguro  algo he hecho bien en esta vida porque sin merecimiento me saqué la lotería al tener y mantener una hermosa y leal amistad.

Gracias por siempre mi amada Locy.

Este entrtañable texto acerca de la amistad surge en el taller de Biográficas, es inevitable pensar que una amistad así es un don del cielo, y que este tipo de testimonios lleguen a nuestras aulas es también un regalo invaluable.

Huapango de Moncayo del 8 de marzo

Por Selene Cázares

Decía mi Abuela:

              “En esta vida hay que bailar al son que nos toquen, y si no te gusta, pues elige tu propia música, pero de este baile nadie se va hasta que termine.”

Dios nunca se equivoca mijita, hay un plan perfecto para cada uno, usted tenga fe.

Y bajo esa premisa, existía una certeza para mí:

“La vida vale la pena ser vivida en cualquier circunstancia”.

              Ahora me doy cuenta que fui educada por dos mujeres que a pesar del contexto y la época en la que les tocó vivir, lucharon siempre por no perder su voz y se aseguraron de encontrar su propio ritmo.

              No lo voy a negar, es verdad que he bailado al son de otros, pero bajo la premisa de mi abuela todo tiene sentido, hay un motivo y un aprendizaje implícito.

              Llevo dentro mi propia música, única y perfecta, aunque reconocerlo no ha sido tarea fácil, he viajado a las profundidades de mi alma para extraer recuerdos y rescatar el sonido de mi voz, he tenido que desaprender melodías ajenas que me había adjudicado como propias, y he tenido que aprender a reconocer la musicalidad que sí me pertenece.

              Bailemos pues, me digo cada mañana, porque en mi mente y en mi corazón traigo presente los rostros de esas mujeres que habitarán en mi memoria por siempre, los rostros de esas mujeres que con su vida me mostraron la grandeza del espíritu femenino.

              Ellas, las que nunca dejaron de bailar su propia música, jóvenes, viejas, exitosas, lastimadas, traicionadas, cansadas, viejas, enfermas, adoloridas, pero viviendo hasta que el baile terminó para ellas.

              No sé como terminé envuelta en este pensamiento, yo solo trataba de hilar la emoción que me provoca un huapango cuando pienso en la vida misma.

              En verdad desearía que la vida terminara entre aplausos, como si hubiéramos interpretado la mejor de las melodías, irnos con ramos de recuerdos en nuestras manos y una gran sonrisa…

***

Este texto fue producto de una consigna musical en Trithemius Talleres Literarios, gracias Selene por entregar tu escritura este 8 de marzo del 2024, acá dejamos la pieza que lo inspira:https://www.youtube.com/watch?v=m1jbZjsO3tI&t=103s&ab_channel=AmigosOFUNAM

¡Que no!

Por Sandra Valencia Villegas

Que no hablara de amor, me dijeron las sombras.

Que contar tu historia estaba prohibido, pero ya ves, el silencio no es mi virtud, me lo han reprochado incansablemente.

Ahí en mis sueños nos hemos encontrado a través de los siglos, ahí tu luz azul me inunda las entrañas.

No sé qué, no se quien, pero siempre te reconozco.

A veces me encuentras y otras te encuentro, dicen las voces que somos una promesa rota, dicen que la rompí yo.

***

Este texto de Sandra Valencia Villegas llegó a la clase de Biográficas como llega un bálsamo para las heridas. Gracias, Sandra, por poner palabras a sentimientos que flotan en sutil consistencia dentro de los seres humanos que se asoman a su interior con valentía y honestidad.

Elegía a papá

Por Lorenza Verea

Se despide la tarde

el sol se acurruca en el horizonte

abandona los colores escarlata

abriendo paso a lunas escondidas.

Silencios blancos

sonidos sordos

vientos de otros tiempos

que traen reflejos de nostalgia

que descubren tristezas enterradas.

Pasado que se hace presente

olvido que desparrama vida

alientos que se pausan

para extinguir cenizas

de estrellas olvidadas.

Tiempo que se aleja y que se queda

que nos regala y arrebata una sonata

que ordena los silencios que resuenan

en ayeres y mañanas.

Luz que abandona la mirada

que se pierde y nos revuelve las heridas

que entinta los deseos de angustia

y borra los anhelos fermentados.

¡Oh, tarde triste!,

que aturde los sentidos

que aviva las nostalgias

que desquiebra los hechizos.

Contigo desearía esfumarme

descoserme

perderme

borrarme.

Hasta que pinceladas de un nuevo día

me recuerden mi nombre

me regalen mundos impensados

y me tiñan de vida, que me de vida.

***

Lorenza Verea ha escrito desde hace años, pero hoy se acerca a Trithemius Talleres Literarios porque quiere seguir en la avenrtura acompañada de quienes amamos la patria de los libros. ¡Gracias por este poema, Lorenza!

De amor y de sueños

Una historia verdadera

Por Maria Consuelo Alcázar Yepez

Todos los días, cuando cae la noche, tengo un encuentro con mi alma al interior de mi universo. Un hombre agazapado atrás de la puerta observándome, un coche a toda velocidad y un camino incontrolable. Un autobús, y en el último asiento: yo, joven, observando tranquilamente el paisaje, el mundo abierto ante esos ojos… Abrazo, reconciliación.

A lo lejos la inmensidad del mar, mis pies descalzos nunca llegan a la orilla.

Un campo lleno de maleza, el hombre fuerte promete fertilidad.

Despegar del suelo, atravesar ciudades, universos, cruzar la puerta, antesala del cielo.

Un campo limpio, verde florecido, frutos gigantes.

Mi casa, llegué al mar, toqué sus aguas, el suelo ya no me quema, el agua me acaricia.

Una vida resumida en unas cuantas imágenes.

Este texto surge en una de las sesiones de Biográficas, en Trithemius Talleres Literarios. Lo maravilloso es que María acaba de ingresar, y ya su pluma nos asombra y encanta con la narración de este mundo onírico.

Gracias, Maria Consuelo Alcázar Yepez. Un fuerte abrazo.

Animalma

Si pudiera tener en mí
la grandeza de los animales
sería grande entre los grandes.
Con su humildad
y sencillez cotidiana,
con su poderío implícito
su majestuosidad civilizada…
sería paquidermo
que no olvida lo aprendido,
tigre de bengala
gracil y poderoso
alma de águila
fidelidad de cóndor,
paternidad de pingüino
inteligencia de delfín
poderío de jaguar
nobleza de perro

curiosidad de gato
libertad de ave
Grandeza de alce

pelaje de oso polar
garras de león
piel de armiño,
vista de Alcón,
olfato de sabueso,
esqueleto de serpiente
sexo de zorra
atracción de pantera negra
nostalgia de búho
excentricidad de koala…
Sería mujer – animal
Animal – mujer…

Este poema pertenece a la autora Ana María Villegas Nungaray, nace después de una sesión de Biográficas. Las sesiones online del taller de Biográficas consiguen inspirarnos. A veces no llevamos texto al salón, pero luego de haber escuchado los textos de cada integrante del grupo, algo se mueve dentro y así, en un impulso de inspiración, aparece la palabra. Gracias, Ana María.

No sé quién soy mientras esto sucede

María Fernanda Rodríguez

La casualidad nos ha puesto a dialogar frente al jardín, aunque ninguno de los dos somos personas que se consideren conversadores. Poco a poco las frases cortas que intercambiamos van formando algo parecido a una pradera amplísima de la que observo con quietud la falta de árboles, mientras él parece estar seguro de que, bajo este piso de palabras, encontrara consuelo.

Lo escucho. Me habla de la abuela. Me dice que era divertida, cariñosa, que le gustaban mucho los animales, especialmente los gatos, que por eso él ahora tiene gatos. Yo sonrío porque parece una conversación más de las que había escuchado de ella y sus gatos. Me dice que en la casa había ratones y que él se lanzaba sobre ellos para atraparlos, mientras la abuela reía a carcajadas; lo dice y estira los brazos haciendo el ademan de lanzarse sobre algo, y en su rostro yo imagino las carcajadas de la abuela por las travesuras de su nieto. Me cuenta que le preparaba ponche en su cumpleaños, y que le aconsejaba cuando lo veía triste. «La abuela es ahora mi ángel», me dice y de repente, en medio del relato, alcanzo a descubrir un brillo que intenta brotar de sus ojos.

Yo, me sorprendo de encontrar un afecto así, detrás de un hombre de motocicletas, de casacas y botas de cuero, de gafas oscuras y de cabello engominado. Me sorprendo de descubrir su lado emocional. No sabía de la conexión tan cercana con la abuela, y mientras esto sucede, no sé quién soy. 

La abuela murió cuando yo tenía siete años y él diecisiete. «Claro», pienso «se tiene que acordar de todo». Entonces me doy cuenta de que sé muchas cosas de la abuela así, por conversaciones casuales, por intuición, por pura organizada que es mi memoria que ha retenido las anécdotas de ratones, gatos y risas. Sé que él debe estar viendo las imágenes de sus recuerdos mientras habla, algo que yo no puedo. Busco en mi memoria y solo encuentro unas cuantas fotografías gastadas, un rosario color caoba metido en una cajita perfumada y una vitrina llena de miniaturas; ¿Eso es la abuela para mí? ¿El recuerdo de unas cosas y nada más? El ponche que dicen preparaba en los cumpleaños, las caricias, los consejos, el color de su risa, eso y todo lo demás flota en el aire, como viento sobre estas praderas.

Él, vuelve su mirada hacia mí y me pregunta si me acuerdo de ella. Yo no sé qué responder. Busco por dentro, como si corriera perdida por una vastedad, como si huyera de la pregunta o más bien de la respuesta. Un silencio enorme se extiende antes de la negativa. «Prácticamente no la conocí. Yo tenía 7», le digo. Él, me mira y me toca el hombro en un gesto parecido a una caricia. «Eres la más parecida a ella: tu pelo, tus ojos, tu risa», me dice y con eso confirmo que no sé quién soy mientras esto sucede, ¿Una extraña? Envidio cada gato, cada ratón, cada abrazo, cada palabra que él sí tuvo con ella. Me quedo callada pensando en los ojos de la abuela que son mis ojos. Me doy cuenta de que noviembre se aproxima y me pregunto ¿Cómo se hace para que alguien, a quien no recuerdas, se convierta en tu ángel?  La abuela no está ni va a volver y yo sigo sin saber quién soy mientras esto sucede.

Fotografía de David Marcu

Este texto nace en el seno de la comunidad Trithemius Talleres Literarios, en uns entrañable sesión de Biográficas. Agradecemos a la autora, María Fernanda Rodríguez que nos permitiera publicarlo por este medio para compartirlo con el mundo.

EL “ALLA”

Por Julia Ogando Fornos

¡Mamá y la tía van a hacer chorizos!

¡Mamá y la tía van a hacer chorizos!

Eso quiere decir que pronto será Navidad. Mi primo compra una olla de barro y con papel plata forramos los conos de cartón con los que hacemos los picos de la piñata. Recortamos las tarjetas de Navidad del año anterior y las convertimos en farolitos. En la calle los vecinos atan unos cordones de lado a lado y cuelgan hebras de heno para fingir un bosque que hace mucho se fue de la ciudad.

Regreso a los chorizos, el proceso empieza con mi mamá y mi tía yendo al rastro a elegir la carne.

Es curioso, pensando en eso recuerdo el sonido del mugir y los cencerros de las vacas cuando regresaban al establo en la tarde.

La ordeña, que aún era manual, empezaba a las 7 de la mañana con sus cuidadores sentados en un banco, pellizcando una a una las ubres plenas de cada animal hasta llenar las cubetas de un líquido tibio y espumoso. La cola de vecinos se formaba poco a poco, porque si llegabas tarde ya no alcanzabas leche. Mii primo iba con el bote de latón gris y cuando llegaba a la casa mi mamá con ojo clínico dictaminaba:

-Ya viene bautizada.

A mí ese pensamiento me confundía. No entendía que clase de pecado original podían haber cometido las vacas. Por supuesto mi mamá se refería a que a la leche le habían añadido un buen porcentaje de agua, el cual estaba bien siempre y cuando no pasara de la mitad. Sea como fuera, sin pasteurizar y sin envases desechables ella se encargaba de hervir la leche, proceso de esterilización primitivo pero eficaz que además tenía el efecto colateral de formar una costra de nata a veces hasta de 2 cm de grosor. Ir a escondidas y meter el dedo en aquella especie de mantequilla para inmediatamente llevármela a la boca formaba parte de ese pequeño placer que da a los niños hacer algo que los adultos desaprueban.

Los establos se modernizaron y también fueron expulsados de la ciudad, la leche llegaba en frascos de cristal con una tapita de aluminio. Creo que por ahí en alguna tienda de Delicatessen sigue llegando así, pero yo ya solo la he visto en alguna película vieja.

Y dirá el lector, ¿y los chorizos?, le pido que disculpe mi desvío, pero el bosque de los recuerdos es así, y a veces hay que detenerse a medio camino porque se oye un ruido, o nos encontramos una fuente de la que hay que beber y…

Sí ya sé, ya sé, los chorizos…

Después de elegida la carne, era importante el pimentón en polvo, dulce y picante, siempre fresco, recién traído por alguien que acaba de llegar de “Allá”. Al abrir la lata mi mamá daba su diagnóstico según el color y el olor, para terminar dando su aprobación metiendo la yema del dedo en aquel polvo rojizo y ponerlo en la punta de la lengua.

Con la carne picada en minúsculos pedacitos, combinaba ajo, cebolla, grasa, sal y pimentón, hasta que la mezcla tenía el tono y el aroma que hacían de su receta algo único e irrepetible.

La mezcla se dejaba macerar en el refrigerador por lo menos una semana, pero cada día se freía un poco de aquella mezcla que en el “Alla” se llamaba “zorza” para ir probando como se iban combinando los sabores. ¡Qué rico era pisar las papas con el tenedor y mezclarlas con un poco de aquella mezcla!

Y si además me daban un poco de refresco… Uno para todos los niños, nada nos daba asco, nos pasábamos la botella sin pensar en virus, ni bacterias, lo importante era el líquido y la corcholata. ¡Ah la corcholata!, mis primos iban a la fondita de enfrente y cuando juntaban una bolsa hacían montañas, una enfrente de otra y como enemigos cruzados jugaban a ver quién destruía primero la del vecino con canicas lanzadas por una resortera. Yo siempre quise jugar con ellos porque lo de las muñecas no se me daba, pero las niñas no podían andar por ahí jugando a la guerra.

Pero en qué estábamos, ah sí, los chorizos.

Después de la semana en el refrigerador, de mezclarla dos veces al día la “zorza” se convertía en el relleno de los chorizos. Las tripas de cerdo lavadas hasta dejarlas transparentes, esperaban en un plato con ajo, las delgadas para el chorizo de carne y las gruesas para el de cebolla, dos o tres chorizos grandes y sustanciosos que por raros eran mis favoritos.

En el proceso trabajábamos todas, mi mamá con un embudo rellenando la tripa, mi tía, mis primas y yo calculando el tamaño del chorizo, para atarlo con dos nudos, siempre dos, para poder cortar en medio de los nudos y no romper el chorizo.

¡Extraño tanto ese trabajo comunitario! En las tardes todas salíamos al rellano de las escaleras, a bordar, tejer o remendar. Lo qué se hacía era importante, pero más importante era el intercambio diario de penas y alegrías que liberadas en el aire evitaban su concentración en el alma.

El reconocimiento que ahora se anhela, se encontraba allí, enseñando una puntada a quien no la sabía, de la labor terminada para estrenar “Algún día” y por qué no decirlo de la eterna competencia por ver quién era la que más sufría. Debo reconocer que había un equilibrio en el reconocimiento de agravios y dolencias, y todas tenían por lo menos un día de ganadoras en el sufrimiento mensual.

¡Esto es para “Algún día”! Decían. Esa frase que ahora se considera hueca, pero que conlleva el valor de la paciencia, el aprecio por el trabajo bien hecho y sobre todo la esperanza de “Algún día” será mi día, brillaré con mi obra y seré reconocida.

Mil disculpas paciente lector, estábamos en la mesa de los chorizos. Se cuentan y se colocan en una tina para llevarlos a ahumar. Todos los días por lo menos 2 veces, mi mamá hace una fogata tronando los dedos, bueno eso me parecía, todavía me asombra que haya alguien capaz de hacer fuego con un puñado de carbón y un pedazo de papel.

Hay un cuarto en la azotea, es oscuro como tiro de chimenea y huele a años de humo, allí como si fueran piezas de ropa se cuelgan los chorizos para ahumarlos ¡Sí consiguiéramos un poco de laurel como el “de Allá”, Todo es como el “de Allá”. “Allá” se mueve en la perfección de lo mítico.

Este año tocan hierbas de olor, eso sí con mucho laurel que no es como el de ”Allá. Enciende el ramo y cual chamana invocadora acerca el aromático humo a los chorizos que gotean, tic, tic, tic, hasta que deshidratados se convierten en deliciosas momias de sí mismos.

Un día fui al “Allá” y en la casa de mi abuela, había un cuarto igual, igual de oscuro, igual de ahumado, igual de oloroso.

Me sorprende el poder del recuerdo en las mujeres, trasplantadas de su infancia, llevan con ellas la memoria de su historia en el sabor de la comida, en la puntada del tejido, en las historias con las que arrullan a sus hijos.

Los hombres solo se llevan a ellos mismos, pero ellas en su delantal, llevan caminos de vida.

Jacinta

De Yolanda Ramírez Michel

Esta obra alegórica, escrita con la delicadeza de la prosa poética, trasciende las fronteras de la narración convencional y se sumerge en un mundo donde los símbolos universales danzan en un rito de significados profundos y conmovedores.

La autora ha tejido una intrincada red de elementos mágicos y atemporales. Los ogros, castillos y otros componentes extraídos de mitos y cuentos de hadas se convierten en los ladrillos con los que se construye una historia que habla del sufrimiento y la adversidad, pero también de la resiliencia y la superación. A través de las líneas de esta obra, el lector es llevado a un viaje que trasciende los límites de lo meramente anecdótico y se sumerge en las profundidades de la experiencia humana.

Jacinta, nuestra protagonista, se aleja de las imágenes convencionales de las heroínas de cuentos de hadas. No lleva zapatillas de cristal ni capa mágica, y su cabello no es un bucle de oro que brilla bajo el sol. En lugar de ello, enfrenta brujas maliciosas, lobos voraces y enemigos implacables que se cruzan en su camino. Jacinta no existe en los confines de los cuentos de la infancia, sino que su vida es tan cruda y tangible que las palabras escritas parecen insuficientes para transmitir su realidad.

El relato nos sumerge en un remolino de emociones y cuestionamientos que resuenan profundamente en el corazón del lector. ¿Quién no ha sentido alguna vez esa implacable llamada interna, un reclamo urgente que nos exige perseguir la felicidad con determinación? En este punto es donde Jacinta nos encuentra, en el nexo entre la desesperación y el anhelo, en una odisea desesperada por alcanzar la dicha y encontrar un propósito que ilumine incluso los rincones más oscuros de nuestra existencia.

Con destreza narrativa, Yolanda Ramírez Michel guía al lector a través de los giros y revueltas del alma de Jacinta. A medida que la historia se desenvuelve, experimentamos la lucha interna y externa de la protagonista. Nos vemos reflejados en sus desafíos y sus logros, en sus momentos de debilidad y en sus momentos de triunfo. La narrativa se convierte en un espejo que nos muestra las complejidades de nuestras propias vidas y las diferentes formas en que enfrentamos nuestras pruebas.

Ahora también en versión Kindle: https://www.amazon.com.mx/dp/B0CCG1BG1H?fbclid=IwAR1JviNrhkgAY2U00GlXmrDfUPU8EbkQnahYHds-4WizpLL88qsIAM81rBU

Dolor iluminado

Un poema de Rocío Barragán

Tu danza rosa morena, es tiniebla luminosa.

Eres ola que el mar arroja

en húmedas noches de azules cascadas

que habitan tu cuerpo de bosque incendiado.

Eres escalofrío y asombro

en los amantes que se miran, se reconocen

se aman, en cuevas, en laberintos, en llamas,   donde tu corazón se hunde, armonioso y cercano

 en una herida cicatrizando desnuda.

Eres un pájaro sin páramo ni jaulas

que ya sin sombra se asoma

 cantando en la enramada.

Mito transformado en fuente fértil

al surgir a cada instante de la nada.

Eres un olor a hierba fresca.

Eres Arbol de la vida, hembra embarazada

en noches de luna llena

al emerger la primavera.

Eres un sabor a vino y braza, irresistible.

Una gota de rocío alumbrando los labios.

Un beso, un sublime desvarío

volando en desenfreno.

Eres un umbral, un puente para atravesar

Penumbra y niebla.

La resurrección de la carne en la memoria       qué el éter un día 

grabó en el corazón de los amantes.

Reconozco tu aliento.

Eres pasión sagrada.

Dolor iluminado.

Gracias, Rocío Barragán, por llevar al taller de Biográficas iluminados poemas.